martes, 8 de diciembre de 2015

Es parecido a un delirio


Duele. Puede doler más unas veces que otras. Puede aparecer de golpe, obligarte a centrarte en él, dejar de hacer lo que sea que estés haciendo.
Y eso, cabrea.

Te diré que algunos cierran los ojos con fuerza hasta ver estrellas, aunque no es necesario buscarlas. Si no quieren venir, que no lo hagan. En la oscuridad se busca consuelo muchas veces, no es algo malo. Yo lo hago. La gran mayoría lo hace. No tengas miedo de usar las sombras...

Otros prefieren sentir la presión de los dedos en las palmas de las manos.
Morderse las uñas.
Pellizcarse la piel.
Cualquier cosa que haga olvidar rápidamente. Algo que distraiga.
Aún así, siempre duele. Termina doliendo.
Sé que lo sabes, y mientras estás leyendo esto, lo estarás recordando todo. Y, probablemente, te habrás enfadado con la estúpida narradora que te ha recordado lo que querías tener bajo llave.
Lo siento. Es lo que tiene el dolor, se convierte en el de otros fácilmente.
 
Cuando menos te lo esperas. Cuando menos quieres que duela. Cuando más feliz estés. Cuando más cerca del cielo te sientas.
Al final, termina doliendo.
Pero no por eso debes esconderte y echarte para atrás, porque hagamos lo que hagamos, el dolor vendrá a nosotros.
Vendrá.
Se enredará, tejiendo recuerdos que querrás borrar. No se puede. Todos lo hemos intentado alguna vez. Lo peor es que, casi todo ese material trastocado que guardamos en la memoria termina almacenándose como recuerdos esenciales. ¿Sabes el poder de un recuerdo de tal envergadura?: te cambia. Te hace ser quien eres. Quien quiera que seas.
Aunque a veces es bienvenido, porque lo hemos buscado. Lo esperamos con los brazos medio abiertos, conscientes de que nos lo merecemos, de que lo hemos llamado a gritos. Y corre a abrazarnos.
Las peores veces, lo reconozco, son en las que ni él mismo quiere visitarnos. No podemos echarlo tan fácilmente. Solo echarle las culpas y gritarle lo mucho que lo odiamos, lo poco que se merece existir.


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